El momento actual está dejando patente la miopía que padecen los partidos y lo burdo de sus cálculos . Recién conformados los gobiernos autonómicos y municipales, ya se preparan para el asalto a las «generales». Política trepidante de contenido absolutamente cortoplacista. Cálculos para entrar en candidaturas populares, cálculos para no entrar. Frentes de izquierda sí, frentes no. Simples peleas por ampliar sus caladeros o por mantenerlos, pero de todas formas, ajenos a los problemas sociales. Sus intereses pueden llegar a ser coincidentes, en ocasiones, con los de la sociedad pero sus objetivos no alcanzan más allá de conseguir preeminencia sobre todos los demás. Discutible, puede ser. Pocas cosas no lo son. Falso, está por demostrar. Ese «los cambios no son de la noche a la mañana, llevan su tiempo» tiene un aire muy parecido a aquel otro, mucho anterior, de «primero ganar la guerra y luego hacer la revolución». La revolución murió. Los niveles actuales de desempleo y de exclusión no pueden esperar y el ritmo institucional siempre acaba resultando insuficiente. Son miles las personas en nuestro entorno más cercano las que no pueden esperar. Mejor ni mirar más lejos, nos puede pasar como a la revolución.
Nadie puede negar la urgente necesidad de acabar con el bipartidismo, con la corrupción,… la necesidad de democratizar en la medida de lo posible las instituciones… de mejorar y potenciar las recortadas sanidad, educación y coberturas sociales,… Pero debemos tener presente que todos esos «fallos» y recortes son inherentes al sistema en el que nos desenvolvemos y del que debemos deshacernos con urgencia: el capitalismo. Con simples cambios de gobierno, más o menos sensibilizados socialmente, no será suficiente. Aunque haya que repetirlo una y mil veces: dentro de este sistema no hay solución posible. No es posible una vuelta a los maltrechos Estados de Bienestar. Probablemente, ni siquiera deseable ya que los límites medioambientales y de recursos son tan importantes que la única solución pasa por dejar atrás, de una vez por todas, conceptos como el poder adquisitivo, el crecimiento económico, la productividad, la competencia…
Asistimos a un verdadero problema para las personas y organizaciones que nos movemos en lo social -nada nuevo por otra parte- y es que, todo el descrédito que las instituciones habían acumulado se está desvaneciendo. A la vez, el impulso que había cogido la calle y los movimientos sociales, reivindicando y haciendo asumir mayores cuotas de participación, que las soluciones vinieran de abajo a arriba… se desvanece al mismo ritmo, siempre con valiosas excepciones que las hay. Pura proporcionalidad. Soluciones llovidas del cielo.
Nuestra organización ha de volcarse en aquellas iniciativas que puedan propiciar espacios paralelos, ajenos a las instituciones, por modestos que estos puedan ser. Es tan escaso el margen de maniobra que encontramos en las instituciones que podemos caer en una marcha infinita a ninguna parte. Otra cosa es la participación individual que cada persona pueda llevar a cabo, en ejercicio de su libertad, y cuyo juicio ni nos corresponde ni debemos siquiera cuestionar.
En estos días tristes en los que hemos perdido a Ángel, bien podríamos recordar su recorrido militante, poner en valor una trayectoria de lucha continua, discusión y movimiento. Nunca parado, nunca esperando soluciones dadas. En momentos concretos, se puede tratar de suavizar lo salvaje del sistema mediante la participación directa en el mismo a través del voto o de cualquier otra forma. No es algo malo persé, simplemente tiene la importancia que tiene y esta es relativa. Pero debemos tener claro que nuestro campo de juego no puede ni debe ser otro que la calle y la búsqueda de mayores cuotas de Justicia Social, siempre junto a las personas que se encuentran en peores condiciones sociales. En la esencia de la CGT no está el propiciar cambios de gobierno sino crear espacios autónomos de las instituciones, libres e igualitarios. ¿Difícil? No, dificilísimo. Ahí está nuestro reto.
