Ciertamente, los entresijos de la deuda griega son desconocidos para la inmensa mayoría de la sociedad a pesar de los minutos y centímetros cuadrados que está ocupando en televisiones, radios y periódicos. Mi desconocimiento, vaya por delante, es total. Sin embargo, es ese mismo desconocimiento el que en muchos casos nos permite mantener una posición crítica, casi instintiva, por ser ajena a cualquier tipo de contaminación informativa. Son de esos pocos pensamientos que podemos calificar como libres. Lo mismo lo he leído por ahí y creo que es de creación propia. No lo sé.
Sólo el hecho de ver en una foto a los ministros de economía de la Unión Europea, , de acuerdo todos -De Guindos con sus recortes, su record en precariedad laboral y desempleados incluidos- para imponer no se sabe muy bien qué medidas en un país absolutamente empobrecido por el cobro de la Deuda, tiene que alertar nuestros instintos más animales, si es que nos quedan, generándonos desconfianza. Pura supervivencia.
Si acto seguido, sensatos economistas, gentes todas de bien para el orden establecido, lanzan profecías sobre las mil y unas desgracias que asolarán a ese pueblo si, finalmente, son expulsados del tinglao este de la moneda única, mínimo deberíamos sufrir un erizamiento capilar total.
Si en las posteriores declaraciones, todos los ministros sin excepción, ante el planteamiento por parte del Gobierno griego de un referéndum sobre la aceptación o no de las medidas que la Banca exige, repiten a modo de mantra que «esos diez folios son muy técnicos y la gente no va a poder votar con conocimiento sobre la materia» , cualquiera de nosotros, con conocimiento o sin él sobre la materia, no podemos hacer otra cosa que tomar posición. Y ésta, conociendo o no las dichosas medidas que quieren hacer tragar a los griegos, a base de miedo informativo, tiene que ser contraria a la de la Banca, a la de sus ministros, sus economistas y a la de sus medios de comunicación.
Vivimos un mundo sobreinformado, donde el miedo y nuestra pasividad, son artífices de todas y cada una de las medidas que los distintos gobiernos toman contra nosotras. Las medidas, los gobiernos y sus presupuestos, sus políticas y soluciones, sólo son buenas o malas en función del número de personas a las que benefician. No es más difícil que eso por mucho que se empeñen en hacérnoslo parecer. Si en nuestra brújula, personal y organizativa, ponemos en el norte el Bien Común, el beneficio social frente a cualquier otra cosa, no serán necesarios los conocimientos técnicos con los que nos abruman – entre otras cosas porque no son necesarios – y con los que acaban siempre apuntalando la realidad capitalista. Nuestra realidad.
Sabemos qué suponen los recortes y el desmantelamiento de lo Público, el pago de la omnipresente Deuda, la política «del mal menor», el crecimiento económico, la productividad, la economía de consumo… y sus consecuencias, trágicas todas, para cada vez más personas. Da igual lo que nos cuenten. Tenemos el convencimiento que dentro de este sistema y sus instituciones no hay solución posible. Cada vez se hace más necesaria nuestra salida de él. Fuera, con mucho trabajo e implicación, quizás la oportunidad de caminar y de equivocarnos, pero al menos, de caminar libres aprendiendo de la experiencia y de nuestros múltiples errores. Que no nos lo cuenten.