La otra cara de los problemas del anarcosindicalismo

Ramón ÁLVAREZ

Este artículo se publicó en Polémica dentro de un pequeño dossier elaborado con motivo del Congreso de Unificación Confederal celebrado en Madrid entre el 29 de junio y el 1 de julio de 1984. Este Congreso consolidó la unidad de los sectores escindidos del V Congreso (1979) y formó el embrión de lo que más tarde sería la Confederación General del Trabajo (CGT). En él, Ramón Álvarez responde al artículo de Federica Montseny, que apareció  en este mismo dossier. 

Federica Montseny

Federica Montseny, con una experiencia sindicalista bastante más limitada de lo que puede hacer creer el empeño de aparecer como figura histórica única del anarquismo español, movimiento inagotablemente rico en recias individualidades, publicó un artículo de una ponderación reservada al uso externo, como queriendo restaurar una imagen bastante comprometida.

Que en la Confederación hubo siempre encontradas corrientes de pensamiento, como sucede en todos los grupos humanos, resulta de una banal autenticidad. La ocultación de prácticas incompatibles con la filosofía anarquista se encuentra en la referencia que hace al derecho inalienable de la libertad individual, nunca respetada, que se esgrime para enmascarar el ejercicio de métodos restrictivos que se convirtieron en moneda corriente en Francia cuando, ya vencido el nazismo en Europa, volvió al seno de la CNT Federica y un reducido equipo de seguidores, tras cinco años de inhibicionismo injustificado para miembros de lo que había sido Consejo General del Movimiento Libertario. Olvidaron en aquella circunstancia lo que recomiendan ahora como norma del comportamiento militante.

 

«Porque en la CNT –escribe– ha existido y debe existir un principio que regule la vida y el funcionamiento de la organización. Este principio es el del respeto a los acuerdos de los Congresos. Y es también el principio de respeto a los acuerdos mayoritarios, lo que no supone que las minorías no puedan defender sus puntos de vista…»

Reorganizada en Francia la CNT, que llegó a reunir más afiliados que todas las fuerzas exiliadas juntas, el equipo de Federica Montseny, reaparecido como por encanto cuando Europa volvía a la democracia, tildaba de colaboracionista a la CNT rehecha sin concurso del llamado «Movimiento Libertario», pretendiendo condicionar su reconocimiento de la organización a que ésta hiciese una declaración solemne de renuncia a la colaboración con las demás fuerzas antifascistas que lucharon juntas durante la guerra por la defensa de la República. Les importaba poco entonces desobedecer los mandatos de la mayoría, dimanantes de plenos regulares celebrados en España antes de abandonarla el mes de febrero de 1939.

Habla sin adelantar nombres –porque no los hay en el campo de sus opositores de siempre– de agentes ajenos a la Organización teledirigidos por fuerzas políticas exteriores que se infiltran en las filas libertarias para provocar «problemas».

Al escribir para el gran público parece imperdonable sustraer al conocimiento de los lectores el nombre de los traidores, dejando flotar la sospecha para que nadie pueda analizar con rigor las conductas a la luz de los hechos imputados.

Nos adelantamos a denunciar la morbosa tendencia de apuntar hacia figuras sistemáticamente desacreditadas como Pestaña, por ejemplo, callando que este hombre fue la víctima elegida por el pistolerismo que estuvo a punto de asesinarle en un atentado, y que fue precisamente él quien descubrió en nuestros medios a elementos radicalizados que defendían la neutralidad española durante la guerra europea de 1914, sirviendo interesadamente a la embajada alemana en nuestro país.

Lo más irritante para los que llevamos 56 años de intensa actividad y de haber participado en los principales acontecimientos desde las postrimerías de la dictadura primorriverista a nuestros días, es que nos hablen de libertad y derechos de la minoría discrepante, quienes cerraron a cal y canto las columnas de «su» prensa para todo lo que no fuese aplaudir la gestión que ha traído a la CNT al pie mismo de la fosa, manejando a su antojo las Federaciones Locales en Francia para expulsar a los heréticos de la «fe indiscutible». Y cuando resistían a la presión y a la injusticia, como sucedió con el historiador José Peirats y algunos otros, se expulsaba colectivamente a toda la Federación, fórmula reñida con la norma federativa y extraña al ideal libertario.

Hay conciencia en los implacables censores de que sus acciones carecen de transparencia y huyen de toda discusión pública, ahogando esa libertad de expresión que se usa como banderín de enganche en propagandas adocenadas. En una carta abierta que yo destiné a Federica Montseny hace años, le decía:

Precisamente viene esta carta a reiterar ciertos hechos y a sugerir un debate a la luz del día –si no teméis la polémica ni la claridad– desde cualquier periódico de los que están a vuestro exclusivo servicio (aunque pagados con fondos de todos) siempre que sea garantizada la libertad de expresión que no cesáis de reclamar a los gobernantes de turno para mejor cercenar la de los demás, como hacen los comunistas.

Cuando se celebró el V Congreso de la Casa de Campo, en Madrid, el mes de diciembre de 1979, el primero desde el que tuvo lugar en Zaragoza en mayo del 36, el equipo de Federica Montseny –ella optó por la incomparecencia por enfermedad diplomática– comprendió pronto que acabaría por perder el control que venía ejerciendo sobre la CNT desde 1945, y que esta vez resultaría insuficiente confiar al estómago la digestión de la crisis que apuntaba en el horizonte cercano. Emplearon entonces el asalto y los saqueos, de los que hay constancia en toda la prensa del país, a los Sindicatos que se atrevieron a impugnar el Congreso, especialmente en las localidades donde podía aplicarse fácilmente el método «disuasorio». En la dinámica del anarquismo a lo nazi, agredieron a compañeros, enviaron anónimos conteniendo amenazas de muerte. Uno de ellos a la hija de Juan Peiró, militante ejemplar que ensalzan después de muerto.

Como hecho más cercano en el tiempo, del que se ocuparon ampliamente los medios de comunicación, está el reciente Congreso de reunificación de la CNT celebrado en el Palacio de Exposiciones de Madrid y que ha logrado el aislamiento definitivo de los que, con la ex ministra, se niegan a incorporarse a la marcha de la historia. En el momento de la inauguración se presentó un «cuerpo expedicionario» de 50 matones reclutados quién sabe en qué zona de Barcelona y trasladados en autocar hasta Madrid, con la intención de reventar el congreso que pone término a la disputa de las siglas.

Si Federica Montseny, que observa un silencio cómplice con relación a estos hechos de estilo totalitario, y de los cuales sobran referencias públicas, los denunciase claramente, prestándose a rendir cuentas de una gestión que va, por lo menos, desde 1939 hasta nuestros días, podríamos pensar que se iniciaba una reacción favorable.

Ramón Álvarez, Ramonin (1913-2003), fue un destacado militante de la CNT asturiana.