Imagina que hubiese una sola medida que pudiese disminuir drásticamente el desempleo y la precariedad, abordar problemas de salud, desde el cansancio mental a la hipertensión, aumentar la productividad, ayudar al medioambiente, mejorar la vida familiar, potenciar que los hombres contribuyan más a las tareas domésticas y hacer más feliz a la gente. Suena a fantasía, pero existe y está pendiente: la adopción de la semana de cuatro días.
La liberación de los trabajadores del trabajo excesivo era una de las demandas pioneras del movimiento laborista. Entre los escombros de la guerra civil, el sindicalismo estadounidense defendió la jornada de ocho horas, “la campaña por las ocho horas, que se extendió como una locomotora desde el Océano Atlántico hasta el Pacífico, de Nueva Inglaterra a California”, en palabras de Karl Marx. En 1890, cientos de miles se presentaron en Hyde Park en una histórica protesta pidiendo lo mismo. Es una causa que necesita ser recuperada con urgencia.