Ajenos a los informes de los economistas más laureados, que no se cansan de advertirnos que la longevidad es nefasta para la economía, los jubilados españoles nos obstinamos en seguir vivos y ya somos el segundo país de la OCDE en esperanza de vida (83 años), solo superados por Japón (83,9). Nuestro subcampeonato en envejecimiento se lo debemos a las mujeres (85,8 años) ya que los varones estamos en un modesto octavo lugar, con una esperanza de vida de 80,1 años; se ve que somos menos inmunes a los nocivos disgustos producidos por la política y el fútbol.
Lo cierto es que esa resistencia a la Parca preocupa a las autoridades mundiales, siempre tan volcadas en el bienestar común. Hasta Christine Lagarde, directora del FMI, nos ha llamado al orden (a los pobres, por supuesto) diciendo que las pensiones futuras –si no nos hacemos la idea de perderlas o reducirlas- pondrán en peligro la viabilidad del sistema económico vigente. Lástima que esta brillante política, con sus 61 añitos cumplidos, tenga que ir pensando ya en aplicarse su propia receta y ceder el espacio terrenal a una vida joven.