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6 julio, 2017

  • No sabemos su nombre. Ni la edad que tiene. Ni qué come con los 1,3 euros al día que gana por coser las camisas y pantalones que su jefe luego vende en Europa multiplicado por diez. Con su salario, no se puede comprar ni la prenda más barata que haya en la tienda de Zara de cualquier ciudad española. Es una niña esclava, a ella nadie le hace homenajes de cumpleaños porque su única meta es salir viva de la esclavitud diaria que padece para que Amancio Ortega pueda llorar y presumir de emporio empresarial.

    A sus ocho o nueve años, esta niña no va a la escuela pero eso no nos emociona en Occidente, porque no ha emprendido tanto y tan bien como el segundo hombre más rico del mundo, su jefe, que presume de origen humilde como si el origen fuera suficiente para ser justo con la gente sencilla el resto de su vida.

    Tampoco sabemos nada de las cientos de niñas que han muerto abrasadas por las llamas en los incendios que tienen lugar en los talleres textiles de Bangladesh por menos de 30 euros al mes. Del último incendio conocido, sabemos que murieron 400 personas y más de 1.000 heridos. Ni siquiera sabemos si esta niña sigue viva o ha muerto mientras engordaba la cuenta de resultados del dueño de Inditex.

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