Toda persona tiene derecho a salir de su país, derecho a entrar en otro cualquiera y derecho incluso a quedarse donde quiera y no regresar nunca al país de donde saliera.

Miles  de muerto y desaparecidos, un continuo horror, tragedia tras tragedia y mientras las políticas de migración que la Unión Europea lleva adelante no importan las vidas humanas en juego. A Europa no le preocupa la cantidad de muertes. Que mueran pero lejos, es la consigna.

 En Occidente se habla del derecho a la “libre circulación de personas” en general como un derecho natural, que sería el derecho a abandonar un territorio y el derecho a entrar en otro. Se considera que los occidentales tienen derecho a andar por cualquier país del mundo como turistas, como empresarios o como Pedro por su casa. Curiosamente, esos países niegan el derecho a entrar en Occidente a los habitantes del resto del mundo. Es más, se construyen todo tipo de muros y se criminaliza la posibilidad de entrada ilegal.

Los desplazamientos geográficos del ser humano han sido corrientes a lo largo de la historia. Habría que preguntarse por qué emigran los pueblos o, a la inversa, por qué no lo hacen. Los países occidentales, que han desarticulado y explotado de manera colonialista a casi todos los demás países del mundo durante siglos e incluso, los siguen desarticulando y provocando guerras de rapiña, no pueden impugnar el derecho a la libre circulación de las personas sin incurrir en un gran contradicción, con el agravante de que establecen leyes de extranjería y convierten en inexpugnables murallones en sus fronteras.

Para las personas ricas no existen fronteras, las fronteras solo sirven para mantener a ralla a las masas indigentes de las zonas desfavorecidas del planeta y regulan la disponibilidad de la mano de obra.

En la antigüedad se construyeron grandes murallas para detener el paso a ejércitos invasores. Hoy  se construyen murallas para evitar el paso de desamparados inmigrantes pobres. Los estados aducen motivos de seguridad cuando lo que se quiere es no repartir privilegios económicos.

Los muros saltan a la vista como artificiales y grotescos, como monumentos a la indignidad de sus constructores. Las fronteras se aceptan como normales y nadie cuestiona los límites fronterizos y se asumen como naturales o como contractuales.

Hay que considerar las fronteras en relación con la propiedad. Partiendo de la idea de libertad e igualdad y de la naturaleza comunal, en principio, de los bienes terrenales, ya es difícil reconocer la propiedad privada de la tierra. La propiedad efectiva del territorio por parte de las naciones-estado es igualmente discutible.

Las fronteras son el resultado de guerras de expansión que han consistido en arrebatar la tierra a los vecinos o incluso a pueblos bien lejanos. Las frontera son líneas cuya  exigua realidad se ha impuesto mediante la fuerza de las armas o mediante tratados que siempre han sido desiguales y forzados. Si se considera que los bienes no pueden provenir de actos de violencia y sustracción contra semejantes, difícilmente pueden reconocerse las fronteras establecidas como legítimas.

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