La guerra civil española, y la revolución social, que se desencadenó en julio de 1936 tuvo muchos componentes: social, político, cultural, militar, etc. En ese “etc” se encuentra el componente de género que estuvo presente en el conflicto bélico y también en el proceso revolucionario que el anarquismo puso en marcha en España.

Las mujeres, que habían mejorado con lentitud su situación de marginación y subordinación sistemática (mejora acelerada en el aspecto jurídico durante la II República), se jugaban mucho en el proceso de guerra-revolución y se lanzaron decididas a no permitir el retroceso que supondría la victoria del bando insurrecto.

Mujeres Libres, tanto la revista en mayo, como la organización entre julio y septiembre de 1936, nació en guerra, nació en revolución. Partiendo de las dos primeras agrupaciones, la de Madrid y la de Barcelona, la organización se extendió y llegó a tener alrededor de 20.000 afiliadas y 147 agrupaciones con incidencia especial en Madrid, Cataluña Aragón, Valencia y Andalucía.

“Mujeres Libres”, que se expresó a través de la revista del mismo nombre, fue la única organización que en la década de 1930 se propuso luchar por la liberación de la mujer con autonomía de su propio entorno libertario y con objetivos de género propios a los que no renunció por ganar la guerra o por ganar la revolución, conscientes de que sin la liberación de género no habría victoria posible.

El conflicto bélico constituyó una experiencia de libertad y de responsabilidad sin precedentes para las mujeres. La mayor parte de las trabajadoras tomaron conciencia de sus capacidades y valoraron su nueva independencia económica. Su grado de conciencia feminista llevó a estas mujeres a cuestionar el sistema patriarcal y a vincular la emancipación femenina con la transformación revolucionaria.

Con una gran modernidad de planteamientos asentaron la libertad femenina a partir del desarrollo de la independencia psicológica y de la autoestima, solo factible poniendo en valor, además de la lucha social, la lucha individual, la llamada “emancipación interna” de la que hablaba la anarquista Emma Goldman. De este modo, las mujeres se convertían en sujetos de su proceso de liberación, que no solo se basaba en la independencia económica, sino en el empoderamiento y la afirmación de la personalidad femenina.

Liquidada la revolución y perdida la guerra, el triunfo del bando insurrecto propició una dictadura con rasgos fascistas que supuso una derrota de género de grandes dimensiones unida a la derrota política, social, económica y cultural. El nuevo régimen fue un duro correctivo para estas mujeres que, o marcharon al largo exilio, o vivieron un auténtico exilio interior intentando mantener una lucha constante por negar la sumisión femenina impuesta por el franquismo.

 

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